El teatral discurso del presidente Sánchez, en una puesta en escena muy bien diseñada durante los últimos días que ha culminado con una parrafada hecha para mantener en vilo a las masas, ha dejado muy claro entre líneas precisamente lo que no se ha atrevido a decir con claridad: Si de él y de sus amos depende, España se sumirá en una ola de represión contra la disidencia ideológica y periodística como pocas veces se habrá visto. Los jueces díscolos con el socialismo serán víctimas también. Creadores de contenido, comunicadores, tertulianos… Todos los que todavía se atrevan a disentir y a revelar las maniobras corruptas del narco estado español y de quienes lo gobiernan, de sus bien pagados siervos los políticos adeptos al régimen y de sus ad lateres.
Sánchez no dimite, como era de esperar. No puede hacerlo. Sus amos no le dejan. Ellos saben que el PSOE está muerto y solo lo mantienen vivo como instrumento para acelerar los planes de la agenda global en España. En ese partido criminal no hay nadie más para liderarlo que sea capaz de conseguir unos mínimos resultados. Además, permanecer en el cargo y hacerlo de un modo tan circense propicia que no se siga hablando del caso Ábalos, de Begoña Gómez, de la amnistía a los independentistas catalanes o del espionaje de Marruecos e Israel que ha puesto en manos extrañas los secretos más íntimos de no pocos cargos de alto nivel forzando las cesiones ante marruecos que este presidente indigno ha autorizado para no ser arrastrado por los suelos.
Vienen tiempos duros. Tiempos oscuros. No serán tiempos para cobardes. Ni en la política, ni en la comunicación, ni en la vida diaria. Y lo que resulta verdaderamente terrible es que una buena parte de los españoles, con su voto, demuestra que comparten lo que hacen sus líderes liberticidas.